sábado, 18 de septiembre de 2010

SAN AGUSTÍN

Aurelio Agustín nació en Tagaste, África romana en el año 354. Su padre Patricio era pagano y su madre Mónica era cristiana y ejerció sobre el hijo una profunda influencia. Cultivó de joven los estudios clásicos y a los 19 años fue atraído a la filosofía por el Hortensio de Cicerón. Se adhirió entonces a la secta de maniqueos (374). Permaneció en Cartago hasta la edad de 29 años, enseñando retórica y dedicándose a amoríos y amistades de que más tarde se arrepintió  y acusó por igual.  San Agustín ocupa un lugar especial en la patrística, de la que es innegablemente la figura central.
Su aportación, la teoría de la iluminación,  indica que el conocimiento de toda verdad nueva no sólo implica determinados signos o palabras que la ocasionan, sino también una efectiva y directa intervención divina que se realiza en nosotros como iluminación divina. San Agustín propone dudar y resolver las dudas, iluminar la fe con la razón y la razón con la fe, haciendo hablar al maestro interior, la verdad misma que es Dios.
San Agustín evalúa desde el punto de vista cristiano las disciplinas paganas de enseñanza y determina que algunas de ellas como la gramática, la retórica, la dialéctica, la música, la aritmética, la geometría y la astronomía son necesarias para un proceso de formación y purificación merced al cual el alma se hace capaz de captar la Unidad divina del mundo y el trasmundo.
San Agustín reconoce la labor docente y considera a los catecúmenos (aprendices) como ignorantes, pero purísimos y necesitados de ese saber. Por eso la alegría y no el tedio debe experimentar quien enseña para que su enseñanza sea eficaz. Que en apariencia tenga que repetirse, que deba utilizar palabras llanas e imágenes sencillas, que deba descender al nivel del inculto, todo ello no obsta para que su enseñanza sea viva y jocunda. El maestro se realiza en el amor con que se adapta al educando, con que desciende al nivel de su comprensión. Y en verdad al hacerlo así se educa y perfecciona a sí mismo, porque las nociones viejas se renuevan en quien las enseña con auténtico empeño, con sincera dedicación. Y casi podría decirse que quien enseña aprende del que aprende. El papel principal  es el del maestro y los contenidos a enseñar, el papel del aprendiz es estático, memorístico y sobre todo disciplinado.
La propuesta de San Agustín es vigente en las aulas, hacer dudar al alumno y resolver sus dudas. Así como también aprender con quien aprende, ya que el aprendizaje como proceso nunca termina.
Las obras más representativas de San Agustín fueron los compuestos en Cassiciaco: Contra académicos, De la beatitud, Del orden y Soliloquios. En Roma escribió De la grandeza de alma y de regreso a Tagaste compuso, entre otras, De la verdadera religión, que figura entre las más notables.
San Agustín falleció en Hipona el 28 de agosto de 430.
Martín Heriberto del Río Castrellón

REFERENCIA
Abbagnano, N. y A. Visalberghi. (1981). Historia de la Pedagogía. Madrid: Fondo de Cultura Económica.

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